martes, 12 de octubre de 2010

El Nobel que irritó a un tipo de izquierdas

Leo La Voz de Galicia todos los días desde hace más de cincuenta años. Incluso en una época (andaría yo por los diez o doce) en que la situación económica en mi casa era bastante achuchá y mis padres aplicaron una política drástica de recorte de gastos logré salvar el periódico de la lista de artículos a suprimir.Y, ya puestos a precisar, debo decir que falté a mi cita diaria con el periódico durante los dieciocho años que pasé en Madrid estudiando, trabajando, casándome y teniendo hijos; entonces el periódico no llegaba a la capital.

Una de las cosas por las que me gusta La Voz es porque suele conceder espacio a distintos tipos de opiniones. Por resumir su tendencia para quienes no lo conozcan, puede decirse que es liberal-conservador y galleguista (no nacionalista), pero sus páginas incluyen artículos de autores nacionalistas, izquierdistas o simplemente apolíticos. Uno de los que se apartan de la línea oficial del diario es X. L. Francos Grande, que publica todos los lunes un artículo en gallego con el que pretende defender distintos aspectos de lo que él considera su patria. Se trata de un señor relativamente mayor (he visto diversas fotografías de su rostro arrugado por la edad) con el que personalmente discrepo. A título de ejemplo, diré que ha lanzado duros ataques contra el Tribunal Constiitucional por recortar algunos contenidos de la nueva versión del Estatuto de Cataluña; no es preciso ser un lince para deducir que su posición está motivada por el deseo de que Galicia disponga algún día de un Estatuto similar al que fue aprobado por el parlamento catalán, y ello con independencia de que algunos de sus contenidos sean más o menos justos.

El lunes pasado, 11 de octubre de 2010, Francos repasaba la lista de Premios Nobel de Literatura concedidos a autores que escriben o escribieron en castellano. Bramaba, y yo con él, con los galardones concedidos a dos escritores mediocres, por no decir francamente malos, como fueron José Echegaray y Jacinto Benavente. Olvidaba, no sé si inadvertidamente o con plena conciencia, a Camilo José Cela, de quien yo salvaría, y eso con reparos, un par de obras (insuficientes para hacerlo merecedor del Nobel); tal vez Francos compartía mi opinión, pero le podía el hecho de que Cela fuera gallego (un gallego muy sui generis porque yo no recuerdo haberle oído o leído una palabra en gallego, pero hay gente para quien el lugar de nacimiento es lo que realmente importa). Y, finalmente, se despachaba a gusto contra Mario Vargas Llosa, a quien se ha concedido el Nobel de Literatura de este año.

Ahora bien, ¿creerán ustedes que la crítica de Francos se debía a la calidad literaria del peruano? Pues están muy equivocados. Vargas Llosa es inaceptable para Francos porque es un neocon y un amigo personal de Margaret Thatcher, entre otros méritos de similar calaña. Para Francos, que la Academia Sueca haya premiado a un personaje de semejante catadura sólo es un indicativo de que simpatiza con los movimientos imperialistas y opresores del mundo occidental.

En primera instancia, quedé muy sorprendido ante las críticas de Francos. Empezando por lo más trivial, admito que el escribidor es conservador; de hecho, él mismo lo ha reconocido explícitamente en diversas ocasiones. Pero, como mínimo, ha sido siempre un conservador correcto y educado, que jamás ha faltado al respeto a nadie, lo cual es mucho más de lo que puede decirse de una gran mayoría de personajes públicos, conservadores o no. En segundo lugar, y abordando aspectos más serios, Vargas Llosa puede ser todo lo conservador que quiera de boquilla, pero en algunas de sus obras (La ciudad y los perros, La guerra del fin del mundo -que, para mí, es su novela más lograda-, La fiesta del chivo) no deja muy bien paradas, sino todo lo contrario, a diversas dictaduras de derecha hispanoamericanas. El Vargas Llosa de esas novelas ejerce una crítica dura, tenaz e implacable contra las injusticias y la prepotencia de algunos regímenes políticos hispanoamericanos. Parece más que evidente que su amistad con Thatcher no le ha puesto una venda en los ojos sobre lo que ocurre en el mundo.

Finalmente, el argumento de Francos para criticar el fallo del Nobel es de una puerilidad que asusta. En definitiva, viene a decir que, dado que fulanito de tal es antipático, no es posible reconocerle ningún mérito. Vamos, es algo así como si yo, que siempre critiqué a John Lennon por liarse con la intrigante y aparentemente mala persona que es Yoko Ono, negara cualquier mérito a una canción tan extraordinaria como Imagine, compuesta precisamente cuando el amor entre Lennon y la japonesa de triste recuerdo estaba en su punto más cálido. En otras palabras, aunque Francos tuviera toda la razón del mundo al criticar la ideología de Vargas Llosa, ¿qué relación guarda eso con sus méritos como escritor? Será todo lo impresentable que usted quiera, señor Francos (que ya he dicho que no lo es), pero escribe como los ángeles (bueno, dejando a un lado La casa verde e Historia de Mayta), aunque sean obras menores y predominantemente humorísticas como La tía Julia y el escribidor o Pantaleón y las visitadoras, y eso por no mencionar novelas como Conversación en la catedral o Lituma en los Andes.


Foto hecha por PLE. La Coruña, septiembre de 2010

La actitud y los razonamientos de X. L. Francos Grande son típicos de muchos españoles que se catalogan a sí mismos como de izquierdas. Por cierto, que Francos sea de izquierdas y nacionalista se me escapa totalmente. La doctrina marxista tradicional, de la que emana, lo reconozca o no, cualquier teoría actual de izquierdas hace referencia a los "proletarios de la Tierra" y considera los estados y las naciones como entes artificiales impuestos por el capital opresor. Por consiguiente, cuando me dicen que tal o cual partido es nacionalista y de izquierdas, algo cruje en mi interior. Entiendo al Partido Nacionalista Vasco (PNV) o a Convergencia i Uniò (CiU), que son más de derechas que el Partido Popular (PP), pero no al Bloque Nacionalista Galego (BNG) y a Francos.

Y es que, desafortunadamente, la izquierda española basa todos sus esfuerzos en impedir que la derecha gobierne o tan siquiera se acerque al poder. En España no ocurre como en los países europeos democráticos más antiguos, en los que tanto izquierda como derecha quieren gobernar, pero aceptan con absoluta naturalidad que lo hagan los rivales si han alcanzado más votos. Aquí no; aquí hay que imponer un cordón sanitario para impedir que el PP alcance el poder. Y, si para lograrlo es preciso coaligarse con fuerzas nacionalistas (que van a lo suyo) o con pequeños partidos derechistas locales, se hace, sin importar si eso es coherente o no con una visión izquierdista del mundo.

Esto ha sido particularmente evidente en los últimos años, en los que José Luis Rodríguez Zapatero, en sus papeles de líder del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y presidente del gobierno, junto con sus adláteres, ha puesto lo más granado de sus esfuerzos en tender trampas al PP o en descubrirle casos de corrupción, reales o inventados, pero no ha pensado ni por un momento en asuntos como hacer un sistema impositivo más justo, aumentar la eficacia recaudatoria de la Hacienda pública, eliminar dispendios suntuarios, mejorar la administración de la justicia o la atención médica, establecer un sistema de enseñanza que premie el esfuerzo en lugar de intentar igualar a todos por abajo, o promover un plan sólido de investigación y desarrollo. Eso sí sería hacer una política de izquierdas, de la que está bien necesitada el país, mientras que cosas como la Alianza de Civilizaciones, la ley de paridad, la ley de violencia machista o la financiación de obras públicas innecesarias (reposición de aceras y farolas en el plan E) no dejan de ser brindis al sol, y las subvenciones a las madres de los recién nacidos, a las familias de personas dependientes, a los jóvenes que intentan independizarse o a quienes han agotado sus prestaciones por desempleo añaden el insulto a la ineficacia.

De todos modos, quizá no debe criticarse a Zapatero por este modelo de actuación. A fin de cuentas, no ha hecho más que seguir las líneas de la herencia adquirida, a la que tanta admiración rinde, según su propia confesión en diversos momentos. La izquierda lleva actuando en España de la misma forma durante todo el siglo XX y lo que va transcurrido del XXI. La evidencia más clara está en lo ocurrido durante la Guerra Civil. El Frente Popular constituido en 1936 no tenía más programa que impedir que volviera a ganar las elecciones la derecha. Y, una vez producida la sublevación militar  (véase, entre otros, el libro de Stanley G. Payne, ¿Por qué la República perdió la guerra?), la izquierda se fraccionó ent cuatro tendencias: la que componían mayoritariamente los anarquistas de la FAI-CNT y el ala caballerista del PSOE, que pretendían instaurar de forma inmediata un sistema revolucionario; los comunistas del POUM, que se inclinaban por una República Soviética; el ala prietista del PSOE, que pretendía mantener una apariencia de sistema parlamentario, pero negando toda participación en el mismo a los partidos de derecha, y los comunistas del PCE, que subordinaban todo al objetivo prioritario de ganar la guerra. El PCE era la única entidad que tenía claros sus objetivos y que trataba de imponerlos a los demás (aniquilando al POUM, por ejemplo), pero su prepotencia llegó a irritar a los restantes, que, en los últimos días del conflicto, organizaron una sublevación, mandada por el coronel Segismundo Casado, contra aquél.

Es decir, la estrategia de la izquierda española sólo contempla dos puntos: aplastar a la derecha por cualquier medio legal o ilegal, y dividirse en múltiples facciones, cada una de las cuales persigue un objetivo intrascendente, utópico, inalcanzable o claramente perjudicial para los intereses generales de la sociedad (¿o alguien piensa seriamente que, si hubiera triunfado el modelo revolucionario en la Guerra Civil, hoy viviríamos mejor?). Con personas que piensan como EEA, a quien me referí en otra entrada, o como X. L. Francos Grande, no habrá jamás un verdadero gobierno de izquierda en España.

Y que conste que, como insinué más arriba, estoy convencido de que hoy por hoy es lo que más necesita el país.

2 comentarios:

  1. Érase una vez un coruñés que leía un periódico también coruñés y se dedicaba a escribir entradas más largas que la playa de Riazor. Tienes que dosificar un poco tu afán de "rajar" que si no a los mortales vigueses nos cuesta no perdernos!

    Duda: Si (todavía) no he leído algo de Vargas Llosa debo morir?

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  2. Suscribo lo dicho por el anterior comentarista (o comentador) ¡Dosifica!

    ASL

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¡A ver qué vas a decirme! Espero que me guste, porque si no ...