domingo, 10 de octubre de 2010

Las venganzas de mis hijos

He debido de portarme muy mal con mis hijos porque me están atacando con toda la furia de la que son capaces; al menos, los dos mayores.

La chica fue quien inició las hostilidades; era la primera que accedía a la universidad. Cuando le llegó el momento de elegir titulación, optó por Químicas. Y en ese mismo instante la tierra se abrió bajo mis pies.

Yo había estado matriculado en diversas asignaturas relacionadas con la química durante el bachillerato y el primer curso de la carrera. Conocía la materia y siempre había obtenido buenas calificaciones en ella. Pero la odiaba; la odiaba a muerte.



El hermano Aga. era una bellísima persona y realmente sabía química, pero dormía a las ovejas en sus clases de química en el colegio marista en el que hice el bachillerato. El hermano Agu., colega del anterior, no sabía nada de química (lo suyo era la literatura), pero durante un curso se empeñó en torturarnos con la formulación en una hora que teóricamente teníamos libre. Y para qué recordar a los profesores de química que me correspondieron durante el primer curso de carrera. Uno de ellos se anticipó a Alfredo Urdaci (aquel presentador de telediarios que, condenado a leer un comunicado ante las cámaras, se refirió a Comisiones Obreras como "ce punto, ce punto, o punto, o punto") aludiendo al descubridor del electrón como "jota punto, jota punto, tomson".

Sin embargo, debo dejar claro que mi antipatía a la química no se debía únicamente a profesores como los que acabo de mencionar. Eran sus propios contenidos lo que me resultaba insoportable. Podía moverme con cierto interés por la parte relativa a la estructura atómica, era capaz de soportar sin entusiasmo pero con tranquilidad la parte que trata de la química inorgánica, y ya patinaba entre alucinaciones cuando llegaba a la química orgánica y debía distinguir entre cetonas, alcoholes, jabones, éteres, ésteres y demás familias de productos. Aquel batiburrillo me obligaba a fiarme exclusivamente de la memoria para saber las propiedades de unos y otros, y nunca fui partidario, ni entonces como alumno, ni ahora como profesor, de semejante táctica para adquirir conocimientos.

Mi hija, MSL, estaba al corriente de mi antipatía profunda hacia la química. Pese a ello, la escogió como su ámbito de trabajo. Hoy, cuando trabaja en su tesis doctoral, no puedo olvidar el horror que me ha causado cada vez que estamos juntos.

ESL, mi segundo hijo, se inclinó, tras unos titubeos iniciales, por la ingeniería de telecomunicación. Por si alguien sospecha lo contrario, aclararé que no me produjo ningún tipo de satisfacción personal el hecho de que eligiera la titulación que yo había cursado. Siempre he deseado y me he esforzado en lograr que mis hijos sean personas responsables y me ha resultado indiferente que tuvieran unos estudios u otros (excepto Químicas) o incluso ninguno. En ningún caso el título universitario (o la falta de él) da la medida de una persona.

Pero, volviendo al tema de esta entrada, la elección de ESL tenía la ventaja de que no me provocaba ninguna sensación de rechazo, como la que me causó la decisión anterior de su hermana. Sin embargo, esa tranquilidad se acabó esta semana, cuando el chico me dijo que había sido admitido para cursar un máster en matemáticas avanzadas en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED). Había dado precisamente con el segundo objeto de mis fobias más profundas.

Como ingeniero, entiendo y asumo la importancia de las matemáticas. Además, siempre se me dieron muy bien. De hecho, cuando estudiaba el segundo curso de la carrera era capaz de hacer integrales sin utilizar papel y lápiz. Pero ha llegado a sacarme de quicio la interpretación que se está dando a las matemáticas en ciertos ámbitos. Para mí, la matemática es una herramienta para describir el mundo físico con un lenguaje comúnmente aceptado, no una bola de cristal que nos permite ver las partes de dicho mundo que todavía están ocultas a nuestro conocimiento. En otras palabras, primero es el mundo físico y luego vienen las matemáticas, no al revés. Y los técnicos y científicos actuales parecen empeñados en llevarme la contraria.

Wolfgang Pauli introdujo el concepto de energía negativa en la descripción de los niveles atómicos porque una de las ecuaciones que manejaba permitía soluciones negativas; y se quedó tan tranquilo, ajeno a las innumerables complicaciones que nos han traído sus malditas energías negativas. Lo mismo que le ocurrió a una alumna mía que, haciendo un examen de una asignatura que entonces yo impartía en quinto curso de carrera, obtuvo para el espesor de una capa de un dispositivo semiconductor una distancia superior a la que hay entre el Sol y la Tierra. Y dejó la solución así, tal como la halló, sin añadir ningún comentario que revelase que semejante resultado le producía siquiera una sombra de inquietud. En la actualidad, y desde hace varios años, doy una asignatura muy simplona de primer curso. Insisto a mis alumnos para que piensen en el significado de los circuitos que someto a su consideración (es decir, que razonen cualitativamente sobre el papel que juegan los distintos elementos) antes de lanzarse a utilizar calculadoras o programas de simulación. Pero es inútil; ellos primero hacen números... y luego no los interpretan. Temo el día, que llegará, en que uno de ellos me diga que la frecuencia de resonancia de tal circuito tiene un valor negativo (para los profanos, es como si digo que una emisora de radio opera a menos ochocientos megahercios). Y mi hijo acaba de sumarse al bando de mis enemigos.

¿Por qué lo hace? Está trabajando y ganando dinero. Está cursando un máster de telecomunicaciones que acabará conduciéndolo al doctorado. ¿Qué necesidad tenía de meterse en más berenjenales, sobre todo si esos berenjenales son de los que me producen pesadillas horribles?

La única respuesta que puedo hallar es que se venga de mí, igual que lo hizo antes su hermana. ¿Dónde habré podido equivocarme al educarlos?; ¿equivocarme tanto? Sólo me queda esperar que mi tercer y último hijo no siga el mismo camino horrible que están trazando los dos mayores.

2 comentarios:

  1. Con ese comentario que pones ya casi que no digo nada... No recordaba que fuera taaan profundo tu odio hacia la química. Y, para que me odies aún más... me encantan las energías negativas... es lo que me da de comer!

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  2. Vaya... y yo que estaba replanteándome mi carrera estudiantil y pensaba en matricularme por un lado en química y por otro lado en matemáticas. Además de hacerme torero y político. ¿Lo soportará tu herido corazón de padre?

    ASL

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¡A ver qué vas a decirme! Espero que me guste, porque si no ...