sábado, 13 de octubre de 2012

Dopaje

La agencia antidopaje de Estados Unidos está a punto de concluir, si no lo ha hecho ya, el proceso contra Lance Armstrong destinado a privarle de sus siete victorias consecutivas en el Tour de Francia. Esta acción viene a ser una especie de culminación de toda una serie de iniciativas similares, aunque centradas en ciclistas de menor relieve, que han tenido lugar en los últimos años en distintas partes del mundo. Así que permítanme que haga algunos comentarios al respecto.

Vaya por delante que no siento ni una simpatía, ni una admiración especiales por Armstrong. A mi modo de ver, el corredor americano ha impuesto un estilo en el ciclismo que afecta negativamente al interés que un espectador pueda sentir por ese deporte. En el libro de estilo de Armstrong la única prueba interesante es el Tour y la victoria se consigue simplemente teniendo más resistencia y constancia que los rivales; es decir, se impone un ritmo de marcha rápida y los demás van cayendo. En eso, como en el aporte complementario que supone la superioridad en la modalidad contrarreloj, Armstrong se ha inspirado claramente en Miguel Indurain, si bien el corredor navarro se tomó la molestia de ganar también dos Giros de Italia. Se trata de un enfoque que no tiene nada que ver con el de Eddy Merckx, ganador de cinco Tours, cinco Giros, una Vuelta España y un sinfín de pruebas clásicas de un día, así como campeón del mundo de fondo en carretera y poseedor del récord de la hora. Y tampoco pueden ser más distintas las formas de correr de ambos; Merckx, como Bernard Hinault (aunque éste en menor medida), se distinguió por su ambición insaciable y sus ataques continuos, con independencia de que sus rivales desfallecieran o no. Es una táctica que últimamente trata de resucitar Alberto Contador, aunque éste, salvo en una etapa (la decisiva) de la última Vuelta a España, todavía no parece creer lo suficiente en el ataque demoledor desde larga distancia. Resumiendo, mis críticas a la actuación de los organismos de lucha contra el dopaje en el ciclismo no están motivados por lo que le suceda a Armstrong, sino por los propios desatinos y contradicciones en tal actuación.

Para empezar, no creo que sea justo que se condene a nadie por algo sucedido quince años atrás. Si en su día los organismos antidopaje no fueron capaces de detectar ninguna irregularidad en Armstrong (o en cualquier otro ciclista), no parece tener mucho sentido que revisen su dictamen de entonces basándose en que ahora disponen de medios más potentes y fiables de análisis. Es como si ahora, aprovechándonos de las nuevas técnicas de procesado digital de imágenes, desposeyéramos a Inglaterra de su título de campeona del mundo de fútbol de 1966 porque uno de sus goles no fue realmente tal (el balón, tras dar en el larguero, botó dentro del campo y no en el interior de la portería). Todos sospechamos que ese gol fue concedido equivocadamente, pero únicamente podemos demostrarlo fehacientemente ahora que tenemos una tecnología muy potente a nuestra disposición. Sin embargo, a nadie se le ocurre cambiar el resultado final de aquel campeonato. Aprendemos a asumir aquel error y seguimos hacia adelante. Por lo tanto, opino que no deben corregirse resultados de ciclismo una vez transcurrido el plazo necesario para llevar a cabo los análisis correspondientes a las últimas etapas de una prueba; pasado dicho plazo, los resultados han de considerarse inamovibles aunque ensayos posteriores demuestren que se violó la reglamentación.

En segundo lugar merece la pena tener en cuenta una consideración filosófica. Si cuando se celebró una prueba determinada no se pudo establecer que el ganador había recurrido al dopaje, ¿quién nos asegura que los restantes corredores no habían hecho lo mismo? En ese caso, ¿por qué censurar al campeón? Es un razonamiento que escuché a uno de los componentes del equipo de periodistas deportivos que dirige Paco González (actualmente en la cadena COPE) y con el que estoy totalmente de acuerdo. Todos corrían dopados (¿quién puede demostrar que no lo hacían?) con lo que la victoria del ganador es tan válida como si nadie se hubiera dopado. En términos más suaves, si se pretende ser muy riguroso en el control antidopaje, tanto que puede llegarse al extremo de desposeer de un título a alguien años después de su supuesta infracción, lo lógico no es, como pretenden los órganos rectores del ciclismo, otorgar la victoria al clasificado en segundo lugar, sino, en todo caso, dejar la prueba sin ganador, o, como mucho, hacer a los posibles beneficiarios del caso objeto de los mismos análisis posteriores a los que se sometió el ganador inicial. De hecho, corredores como Joseba Beloki o Jan Ullrich, a los que se otorgarían algunas de las victorias en el Tour de las que se desposeería a Armstrong, ya se han adelantado a declarar que no aceptarán esa victoria espuria que alguna agencia querría otorgarles. La situación llega a ser irónica en el caso de Ullrich, que ya fue penalizado por dopaje en otro proceso; ¿se daría una de las victorias de Armstrong a un corredor que ha reconocido públicamente que se dopaba en aquella época?

Evidentemente, el dopaje es una lacra, tanto por lo que adultera una competición, como por el riesgo al que somete la salud de quien se dopa. Por consiguiente, ha de ser perseguido. Pero la actuación antidopaje ha de estar guiada por el sentido común y no por los principios que rigieron la actuación de la Inquisición. Y la actuación antidopaje en ciclismo es completamente disparatada. Además de lo que acabo de señalar, podría apuntarse que resulta demencial prohibir a los ciclistas que tomen prácticamente cualquier medicamento mientras están en competición. Si se prohibe que los corredores tomen cualquier antibiótico u otro producto (por ejemplo, contra el resfriado o la tos) que los ciudadanos pueden adquirir sin receta en las farmacias con absoluta naturalidad, ¿quién está poniendo en riesgo la salud de los corredores? Por otro lado, no pretendo que se haga la vista gorda con el dopaje, pero lo de desposeer a un ganador de su victoria años después de conseguirla, no es algo que estimule precisamente el interés de los aficionados. Porque ¿para qué voy a interesarme en este Tour o esta Vuelta si a lo mejor cambian el ganador dentro de dos, tres o diez años?

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