lunes, 7 de marzo de 2011

Los buenos y los malos

En esta crisis interminable (al menos, para los españoles) quien más y quien menos tiene identificados a los responsables de que hayamos llegado a una situación tan deplorable. Incluso puede decirse que, sin que sirva de precedente, existe un cierto consenso entre la gente a la hora de señalarlos.

Así, el primer malo es el conjunto de bancos mundiales, que arriesgaron un dinero que no era suyo en operaciones poco justificables, si no es recurriendo a la insaciable avaricia de sus directivos. Yo añado que a esto se unió la incapacidad mental y técnica de tales directivos, incapaces de distinguir entre un huevo y una castaña. Por eso, aun pasando por alto su avaricia, es intolerable que hayan lanzado operaciones especulativas sobre las que cualquiera en su sano juicio habría pronosticado que iban a salir rematadamente mal.

El segundo malo (para mí, el primero) es el estamento político, con los gobiernos al frente. Su tolerancia con los avariciosos, su incapacidad para poner fin a sus desmanes y su falta de criterio a la hora de hacer frente a la crisis son, sencillamente, de juzgado de guardia.

En una palabra, y como pude leer recientemente en un libro de economía escrito por un catedrático de una universidad española, el gran culpable es el capitalismo depredador, inhumano e insolidario, que cuenta con la connivencia gubernamental para seguir engordando a costa de los ciudadanos, los cuales, evidentemente, son los buenos en esta película de terror.

Ahora bien, ¿hasta qué punto es cierto eso de que los ciudadanos somos los buenos? Veamos.
No pagamos impuestos si podemos evitarlo.
Si tenemos un negocio, procuramos cobrar lo máximo posible a nuestros clientes.
Nos escaqueamos cuanto podemos del trabajo.
Somos de una racanería absoluta a la hora de ayudar a quienes están en dificultades.
En la aldea (llamarla "ciudad" sería un insulto a las verdaderas ciudades) en la que vivo varios barrios se han levantado en pie de guerra contra las intenciones municipales de instalar en alguno de ellos un albergue para que los sintecho puedan resguardarse en el invierno.
Nos quejamos de lo que sube el petróleo, pero nos negamos a utilizar energía nuclear.
Hemos comprado pisos pensando que al día siguiente doblarían sus precios y nos haríamos ricos de la noche a la mañana.

Quienes así se comportan no son grandes bancos. Somos tú, yo y el de la esquina. Y, con nuestros actos, somos tan culpables como las multinacionales y los gobiernos. Puede que el capitalismo sea un monstruo perverso, pero nosotros no somos mucho mejores.

Así que lo peor de esta triste película es que no hay buenos en ella.

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