jueves, 1 de mayo de 2014

Los sabios del fútbol

En las semifinales de la Champions League de esta temporada el Real Madrid, entrenado por Carlo Ancelotti, y el Atlético de Madrid, dirigido por Diego Pablo Simeone, se han impuesto, respectivamente, al Bayern Munich de Pep Guardiola y al Chelsea de José Mourinho. Más allá de los análisis detallados de los cuatro partidos hay una circunstancia que ha escapado a la mayoría de la gente (periodistas, sobre todo) que se ha ocupado de ellos. Y es que se han impuesto los equipos de los dos entrenadores considerados más toscos.

Nadie sabe con qué idea, fuera de la vaga y nebulosa "ganar jugando bien al fútbol", llegó Ancelotti al Real Madrid. Con el paso del tiempo ha acabado por definir un equipo en el que sólo introduce cambios cuando se ve forzado a ello (por acumulación de tarjetas, lesión o necesidad de dar descanso a algún titular) y que utiliza un contraataque letal como arma favorita de juego. Por su parte, Simeone, dada la relativa escasez de jugadores bien dotados de técnica individual disponibles en su elenco, optó por recurrir a la lucha sin tregua, a correr más que el rival y a establecer una solidaridad sin fisuras en su forma de disputar los partidos. Ni en los planteamientos de Ancelotti, ni en los de Simeone hay nada que no se haya visto antes, o que resulte mínimamente imaginativo.

Por su parte, tanto Mourinho como Guardiola (así los ven los especialistas que siguen sus pasos) son dos teóricos del fútbol. Ultraconservador el primero y enamorado del juego de toque el segundo. Ambos han tenido sus éxitos, pero siempre han parecido pensar que la razón de los mismos estribaba en las ventajas intrínsecas de los sistemas que utilizan, descartando de antemano la hipótesis de que dispusieran de jugadores especialmente adaptables a tales sistemas. Mourinho y Guardiola pertenecen al  (reducido, pero en aumento) club cuyos miembros están convencidos de que lo saben todo sobre el fútbol, de que el personaje más importante en ese mundillo es el entrenador y de que el futbolista ha de acatar ciegamente y sin margen para la iniciativa las órdenes impartidas por su jefe. Ambos disfrutan jugando a ser entrenadores, y, cuanto más originales e imaginativos, mejor. Y se comportan como si creyeran que sólo ellos están en posesión de los secretos del fútbol, mientras que el resto del mundo es incapaz de comprender las sutilezas de su sabiduría. Si hubieran coincidido con Pelé, probablemente le habrían hecho jugar de medio centro, en lugar de permitirle moverse a su antojo por toda la línea de ataque, que es lo que hicieron todos los entrenadores sensatos que dirigieron al brasileño.

Se oye con mucha frecuencia que "el fútbol es sólo un juego y que no tiene lógica". Afortunadamente, hay ocasiones en las que esta afirmación está equivocada. Y ésta que ahora estoy comentando es una de tales ocasiones. Las dolorosísimas derrotas sufridas por Bayern y Chelsea han demostrado que a veces hay lógica, y mucha, en el fútbol y que las caídas de los sabios suelen ser más humillantes que las de los simples mortales. Guardiola y Mourinho ya no tienen remedio; nadie les apeará de su convencimiento de que son sabios del fútbol. Incomprendidos tal vez, pero sabios al fin y al cabo. Pero quizá podamos esperar que las durísimas lecciones del Allianz Arena y Stamford Bridge disuadan a otros entrenadores de apuntarse al lado oscuro del fútbol.

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