sábado, 25 de septiembre de 2010

Q y un batiburrillo rojo

Ayer, como todos los viernes por la tarde, coincidimos en la cafetería ELA los tres de siempre: J., EEA y yo. No tenía ganas de discutir de ningún tema y, menos todavía, de cualquiera relacionado con la política. Pero la proximidad de la huelga general, prevista para el día 29, debió de animar a EEA y empezó la reunión exponiendo algo que ya dijo más veces.

Según él, si en una empresa se somete a votación ir o no a la huelga y si el resultado es de un 51 % por ciento de trabajadores favorables al paro, el otro 49 % debe secundar la acción. Para EEA es muy injusto que los beneficios alcanzados con los sacrificios de los huelguistas (mejores condiciones salariales, por ejemplo) sean compartidos por quienes no participaron en la movilización. Así que, para evitar esta injusticia, o todos, o ninguno.

Permítanme que, antes de seguir adelante, les diga unas cuantas cosas sobre EEA. Tiene sesenta años, está prejubilado (es decir, su sueldo lo pagamos todos los que cotizamos a Hacienda, situación que a él no le causa ningún rubor) y, durante sus años mozos, participó en los duros combates que tuvieron lugar en Vigo en la época de la reconversión del sector naval, allá por la década de 1980. No tiene más estudios que los primarios, apenas ha salido de Vigo (nunca fuera de España, excepto al vecino Portugal), sólo lee el Faro de Vigo, que es un periódico que apenas llega a la categoría de hoja parroquial, no habrá leído más de diez libros en su vida, y en televisión sólo ve, de forma casi exclusiva, programas deportivos. Se considera de izquierdas y, dado que carece de bagaje cultural propio, cree que ser de izquierdas es lo que se dice en los manuales simplistas del Grupo Prisa, el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y los sindicatos. Por supuesto, no estoy sugiriendo que ninguna de estas instituciones u organizaciones escriba manuales del buen izquierdista, sino que la calidad y el rigor de los mensajes que transmiten apenas superan los de un manual para apretar tornillos. En su papel de izquierdista avant la lettre (aunque él no sepa qué significa eso), EEA está convencido de que una asamblea es el foro más adecuado para realizar una votación democrática, y no entra en su cabeza el pensamiento de que no es muy de izquierdas preferir los impuestos indirectos a los directos. En una ocasión, en la que yo le contaba viejas batallitas de mis tiempos en Madrid, le hablé de los disparos que los piquetes hicieron con bolas de acero contra los autobuses, completamente llenos, que proporcionaban el transporte escolar a niños con deficiencias psíquicas y EEA manifestó su comprensión de la actuación de los huelguistas porque, a fin de cuentas, estaban defendiendo sus puestos de trabajo (ese día aprendí que un puesto de trabajo vale más que la vida de un deficiente psíquico).

El enunciado de EEA suscitó inmediatamente el rechazo de J. y S., el dueño del ELA. Pero me tocó a mi dar forma a tal rechazo. Y basé mi argumentación, fundamentalmente, en que por encima de todo están los derechos individuales, por lo cual nadie puede privar a otro de su derecho al trabajo aunque sus compañeros quieran hacer huelga.

Además, comparé la situación con las elecciones. Si yo no voto al político A, ¿hay que dejarme al margen de las mejoras que A pueda hacer en el país sólo porque no le di mi confianza? EEA respondió, aunque no justificó, que el ejemplo no era aplicable. Y yo contraataqué preguntándole si sólo iban a valer en la discusión los símiles que reforzaran su tesis. Para entonces, la cosa se había puesto bastante tensa, con alguna que otra alusión personal (completamente improcedente) por mi parte, con lo que cortamos.

La cuestión, y de ahí esta entrada, no es lo que dijimos EEA y yo, sino algo más, que ya no salió a relucir en esa conversación. Yo estoy dispuesto a aceptar su premisa y quedarme sin los beneficios que consigan los huelguistas si no secundo su actuación. Pero pido a cambio que se me permita negociar por mi cuenta con el patrón; en otras palabras, que no se me obligue a pasar forzosamente por las horcas caudinas de la negociación colectiva. Esa sugerencia ya había sido desestimada por EEA en otra oportunidad. De nuevo el o todos, o ninguno.

Y ése es el principal problema de este izquierdismo de manual, que no tiene nada que ver con el verdadero izquierdismo; confunde la igualdad de derechos con la igualdad de situaciones. Todos tenemos derecho a la educación, pero, si yo aprovecho ese derecho y consigo labrarme un nombre en un campo determinado, no veo por qué alguien que no se esforzó tiene que reclamar para él ganar el mismo sueldo que yo. En ese aspecto, el señor Zapatero, con su izquierdismo de pandereta, ha sido todo un maestro. Para una vez que tenía dos ministros preparados en el gobierno (César Antonio Molina y Bernat Soria), los descabezó sin compasión porque estaban mucho mejor preparados que él. El socialismo progresista español, basado únicamente en manuales más simples que el mecanismo de un botijo, pone todo su empeño en igualar a todo el mundo por abajo. Y lo malo es que hay personas, como EEA, que no se dan cuenta de la tremenda injusticia que hay en todo esto.

1 comentario:

  1. Esperemos que nunca tenga la desgracia de morderse la lengua; correría el grave peligro de envenenarse. Por lo demás, de acuerdo a grandes rasgos.

    ASL

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