martes, 21 de septiembre de 2010

Los avisos del hombre invisible mudo

Antes de empezar cada examen en la universidad, informo a los alumnos de las normas que lo rigen: cada problema debe estar en una hoja distinta, está prohibido escribir con lápiz o tinta roja, los alumnos pueden utilizar calculadoras, apuntes, libros o colecciones de problemas, y algunos detalles más por el estilo. Además, aprovecho la ocasión para anunciar una estimación acerca de la posible fecha de salida de las notas e indicar dónde y cuando los interesados podrán revisar sus exámenes una vez publicadas las calificaciones.

Para aprovechar el tiempo, mientras suelto ese pequeño discurso, siempre repetido, un compañero mío reparte a los alumnos folios en blanco y hace circular las hojas en las que aquéllos deben firmar para dejar constancia de su asistencia al examen. Se trata, como es obvio, de dos labores completamente mecánicas, que los alumnos pueden realizar mientras yo comunico las advertencias de rigor. Por cierto, suelo terminarlas preguntando si alguien desea plantear alguna cuestión. Lo más habitual es que nadie tenga ninguna duda o, al menos, que no la manifieste.

Esta escena se repitió, como de costumbre, en el examen de la asignatura que imparto correspondiente a la convocatoria del mes de septiembre en curso y nadie me preguntó nada. Un par de días después, recibí un correo electrónico de una chica (ya habían salido las notas porque fueron pocos los alumnos que se presentaron al examen y por eso corregí los exámenes con rapidez; la chica había suspendido) en el que se decía textualmente: "Hola, quería saber cuándo es la revisión el exámen (sic) de ... y en qué despacho es".

¡Ya estaba! ¡No podía faltar! Siempre hay alguien que, a toro pasado, me pregunta por algo que he dicho claramente en público con anterioridad. Si a la chica no le quedó claro cuándo iba a ser la revisión, ¿por qué no lo preguntó cuando yo hablé del asunto en el aula, antes de empezar el examen? Y, la verdad, la única respuesta que se me ocurre es que yo soy un hombre invisible y mudo, con lo que ni mi presencia, ni nada de lo que yo dije allí llegaron a los oídos de los alumnos. Lo malo es que la cosa va yendo a peor con cada convocatoria que pasa. Los alumnos siguen teniendo los mismos reparos injustificados de siempre a preguntar cosas ante sus compañeros, pero ahora, con eso de que el profesor poco menos que está obligado a atenderlos por correo electrónico, se sienten más confiados para plantear cosas absurdas. Tal y como están evolucionando las cosas, me temo que en la próxima encuesta de la universidad, siempre tan amiga de acciones burocráticas, acerca de cómo distribuyo mi tiempo deberé contestar con algo así como: "90 % del tiempo: repetir por correo electrónico cosas que ya dijo claramente mi hermano gemelo, el hombre invisible y mudo".

Por cierto, las mujeres siempre se han reído de los hombres diciendo que somos absolutamente incapaces de hacer dos cosas simultáneamente. Eso me lleva a la sospecha inquietante de que la chica a la que me he referido más arriba es un hombre en realidad puesto que fue incapaz de poner su nombre en la hoja de firmas y simultáneamente prestar atención a lo que yo decía.

1 comentario:

  1. Lo de que uno reparta folios mientras el H.I.M (Hombre Invisible Mudo) da avisos ¿es para ahorrar tiempo?...o será para darle la razón a "las mujeres"...

    Por cierto tengo otra teoría, y es que el tal H.I.M no es en realidad I.M, sino que los alumnos (y alumnas) están en esos momentos previos al examen E.D.H.E, es decir: Estresados y Deseando Hacer el Examen, para lo cual es necesario que el H.P (Hombre Pesado) que tienen delante ¡deje de rayarles la cabeza!

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¡A ver qué vas a decirme! Espero que me guste, porque si no ...